sábado, 27 de noviembre de 2010

Roosevelt tras la toma de posesión, William S. Burroughs (1963)




(Extraído del libro "Las cartas de la ayahuasca", edición Anagrama, pag. 63 a 69)

Inmediatamente después de la toma de posesión, Roosevelt apareció en el balcón de la Casa Blanca vestido con la túnica púrpura de un emperador romano, conduciendo un león desdentado y ciego que llevaba atado con una cadena de oro. Desde el balcón se dirigió a los electores como quien llama a los cerdos, gritándoles que vinieran a ocupar sus cargos. Los electores acudieron en tromba, gruñendo y chillando como buenos cerdos.
Un viejo marica, conocido por la policía de Brooklyn como Annie la Pajolera, fue nombrado jefe del Estado Mayor, con lo que los jóvenes oficiales a su cargo empezaron a ser sometidos a inenarrables humillaciones en los aseos del Pentágono. Con el fin de evitar esta situación, muchos de ellos instalaron letrinas de campaña en sus despachos.
El cargo de bibliotecaria del Congreso se lo dieron a una lesbiana travestida, que inmediatamente prohibió la entrada de hombres al recinto; un profesor mundialmente famoso de filología sufrió una rotura de mandíbula a manos de una viril tortillera cuando intentó entrar en la biblioteca. La biblioteca quedó reservada para orgías lesbianas, que la encargada bautizó como Ritos de las Vírgenes Creadas.
Un veterano mendigo fue nombrado secretario de Estado; olvidando la dignidad de su cargo, se dedicó a pedigüeñar monedas de cinco y de diez centavos por los pasillos del Departamento de Estado.
Slim el del Metro, desvalijador de borrachos, asumió el cargo de subsecretario de Estado y jefe de Protocolo, y provocó la ruptura diplomática con Inglaterra cuando el embajador ingles "se le despertó" -término que los desvalijadores de borrachos utilizan para dar a entender que su víctima volvió en sí mientras le registraban los bolsillos- en un banquete celebrado en la embajada sueca.
Lonny el Chulo se convirtió en "embajador itinerante", y se marchó de gira, junto con cincuenta "secretarios", para ejercer su despreciable oficio.
Un transformista conocido como Eddie la Dama accedió a la jefatura de la Comisión de Energía Atómica, y organizo un coro masculino de físicos, que con el nombre de los Muchachos Atómicos empezó a ofrecer sus recitales.
En definitiva, toda una serie de ancianos caballeros, que habían encanecido y perdido los dientes sirviendo lealmente a su país, fueron despedidos sumariamente y en los más groseros términos ("Estas despedido, viejo chocho. Lárgate con tus almorranas a otra parte"). En muchos casos, se les expulsó físicamente de sus despachos. Quinquis e indeseables de la más baja ralea pasaron a ocupar los más altos cargos de la nación. A continuación mencionaremos tan sólo algunos de los nuevos y escandalosos nombramientos:
Secretario del Tesoro: Mike Pantopón, viejo heroinómano.
Jefe de FBI: el ex encargado de una sala de baños turcos, especialista en masajes poco éticos.
Fiscal General: un personaje conocido como el Visón; vendedor de condones usados y estafador de poca monta.
Ministro de Agricultura: Luke el Bagre, vago habitual de Villacoños, Alabama, que llevaba veinte años colocado de paregórico y extracto de limón.
Embajador del Reino Unido: Wilson Grasa de Ballena, que se financiaba los vicios dándoles el palo a fetichistas en tiendas de zapatos.
Jefe de Correos: el Niño de la Peste Amarilla, viejo yonqui y estafador venido a menos. Actualmente practica el llamado "timo de quitártela del ojo", que consiste en colocarle una falsa catarata en el ojo al salvaje ("salvaje" es julay, en argot de estafadores). El truco más barato que se conoce.
Cuando el Tribunal Supremos desestimó algunas de las iniciativas legislativas perpetradas por esta vil pandilla, Roosevelt obligó a los miembros de ese augusto organismo, uno detrás de otro y bajo la amenaza de rebajarlos inmediatamente al grado de encargado de letrinas del Congreso, a copular con un mandril de culo morado. De modo que aquellos venerables y venerados caballeros se vieron forzados a someterse a los abrazos de un salaz simio gruñidor, mientras Roosevelt y la pelandusca de su esposa, junto al veterano adulador Harry Hopkins, contemplaban el lamentable espectáculo y compartían una comunal cachimba de hachís entre obscenas risotadas. El juez Blackstrap sucumbió en el acto a una hemorragia rectal, pero Roosevelt se limito a reírse, comentando groseramente: "Si hay algo que sobra, son magistrados"
Hopkins, incapaz de controlarse, se retorcía por el suelo, presa de sicofánticas convulsiones, repitiendo una y otra vez: "Me matas, jefe. Me matas."
Al juez Hockactonsvol el simio le arrancó las dos orejas a mordiscos. Cuando el juez presidente Howard P. Herringbone pidió ser excusado, alegando almorranas, Roosevelt le espetó brutalmente:
-No hay nada mejor para las almorranas que una polla de mandril por el culo. ¿No es así, Harry?
-Y que lo digas, jefe -contestó Harry-. Yo no uso otra cosa. -Y luego, volviéndose al juez-: Ya has oído lo que ha dicho. Pon tu carcomido culo en esa silla y muéstrale al simio visitante un poco de hospitalidad sureña.
A continuación, Roosevelt relevó de su cargo al juez Blackstrap, que fue dado de baja "por enfermedad" y nombró al mandril en su lugar.
-Ésa sí que es buena -dijo Hopkins, estallando en violentas carcajadas.
De Modo que a partir de ese momento las sesiones del Tribunal se llevaron a cabo en presencia de un simio berreante, que cagaba y meaba y se masturbaba encima de la mesa, y que con cierta frecuencia se abalanzaba sobre alguno de los jueces y lo hacía picadillo.
"Está emitiendo un voto de protesta", decía entonces Roosevelt con una risita maliciosa.
Los puestos que de aquella manera iban quedando vacantes solían ser ocupados por simios, con lo que al cabo de un tiempo el Tribunal Supremo pasó a estar integrado por nueve madriles de culo morado; Roosevelt, afirmando ser el único capaz de interpretar sus decisiones, se hizo así con el control del más alto organismo de justicia de la nación.
Roosevelt no tardó en eliminar las restricciones impuestas por el Congreso y el Senado. Soltó innumerables cangrejos y otras alimañas en ambas cámaras. Tenía un equipo de idiotas adiestrados, que ante una determinada señal irrumpían en los salones y cagaban en el suelo; y una serie de alborotadores pertrechados con instrumentos musicales de viento y mangueras antiincendios. Introdujo un sistema de reparaciones continuas. Un ejército de trabajadores tomó por asalto las cámaras, golpeando a los legisladores en la cara con sus tablones de madera, vertiéndoles alquitrán hirviendo por la cabeza, dejando caer herramientas encima de sus pies y saboteando su trabajo con el ruido de sus taladros de percusión. Finalmente, mandó instalar excavadoras en las diferentes dependencias, de tal manera que los legisladores más recalcitrantes fueron enterrados vivos o perecieron ahogados en la inundación que arrasó las cámaras cuando estallaron las cañerías. Los supervivientes intentaron proseguir con su labor en la calle, pero fueron detenidos por vagos y maleantes y condenados a trabajos forzados como cualquier otro delincuente común. Tras su puesta en libertad se les prohibió volver a ocupar sus cargos, debido a sus antecedentes penales.
Poco a poco, Roosevelt se fue abandonando a un comportamiento tan incontinente y vil que resulta vergonzoso describirlo. Instituyó una serie de concursos diseñados para promover los más bajos actos e instintos de lo que es capaz la raza humana. Además de concursos como el de Actividades Reprobables y el de Tretas Sucias, se creó la Semana de Abusos a Menores, la Semana de Denuncia del Mejor Amigo -de la que quedaban descalificados los chivatos profesionales- y el codiciado título de Hombre más Infame del Año. Algunos candidatos de muestra: el yonqui que le robó un supositorio de opio a su abuela sacándoselo del culo; el capitán de barco que se disfrazó de mujer y se tiró de cabeza al primer bote salvavidas disponible; el policía de la brigada contra el vicio que acusaba falsamente a inocentes, tras colocarles una polla artificial en la bragueta.
Nuestra especie, tal como la conocemos, le inspiraba a Roosevelt un odio tan feroz que deseaba desagradar al ser humano hasta hacerlo irreconocible. Sólo soportaba los comportamientos extremos. Todo lo que representara un valor promedio, como la mediana edad ( que consideraba totalmente disociada de la edad cronológica), la clase media o los estamentos burocráticos, le repugnaba. Una de las primeras cosas que hizo fue quemar todos los archivos almacenados en Washington; miles de burócratas se lanzaron a las llamas.
"Haré que esos mamones se alegren de convertirse en mutantes", solía decir, con los ojos perdidos en el espacio, como si buscara nuevos horizontes de depravación.