domingo, 28 de noviembre de 2010

El rayo que no cesa, Miguel Hernández (1934-1935)



                                  A ti sola, en cumplimiento de una promesa 
                                  que habrás olvidado como si fuera tuya. 


1
    Un carnívoro cuchillo
    de ala dulce y homicida
    sostiene un vuelo y un brillo
    alrededor de mi vida.
    Rayo de metal crispado 
    fulgentemente caído,
    picotea mi costado
    y hace en él un triste nido.
    Mi sien, florido balcón
    de mis edades tempranas,
    negra está, y mi corazón,
    y mi corazón con canas.
    Tal es la mala virtud
    del rayo que me rodea,
    que voy a mi juventud
    como la luna a mi aldea.
    Recojo con las pestañas
    sal del alma y sal del ojo
    y flores de telarañas
    de mis tristezas recojo.
    ¿A dónde iré que no vaya
    mi perdición a buscar?
    Tu destino es de la playa
    y mi vocación del mar.
    Descansar de esta labor 
    de huracán, amor o infierno
    no es posible, y el dolor
    me hará a mi pesar eterno.
    Pero al fin podré vencerte,
    ave y rayo secular,
    corazón, que de la muerte
    nadie ha de hacerme dudar.
    Sigue, pues, sigue cuchillo,
    volando, hiriendo. Algún día
    se pondrá el tiempo amarillo
    sobre mi fotografía.
    2
    ¿No cesará este rayo que me habita
    el corazón de exasperadas fieras
    y de fraguas coléricas y herreras
    donde el metal más fresco se marchita?
    ¿No cesará esta terca estalactita
    de cultivar sus duras cabelleras
    como espadas y rígidas hogueras
    hacia mi corazón que muge y grita?
    Este rayo ni cesa ni se agota:
    de mí mismo tomó su procedencia
    y ejercita en mí mismo sus furores.
    Esta obstinada piedra de mí brota
    y sobre mí dirige la insistencia
    de sus lluviosos rayos destructores.
    3
    Guiando un tribunal de tiburones,
    como con dos guadañas eclipsadas,
    con dos cejas tiznadas y cortadas
    de tiznar y cortar los corazones,
    en el mío has entrado, y en él pones
    una red de raíces irritadas,
    que avariciosamente acaparadas
    tiene en su territorio sus pasiones.
    Sal de mi corazón, del que me has hecho
    un girasol sumiso y amarillo
    al dictamen solar que tu ojo envía:
    un terrón para siempre insatisfecho,
    un pez embotellado y un martillo
    harto de golpear en la herrería.
    4
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                                                            Miguel Hernández (1934-1935)










Simbología secreta de «El rayo que no cesa» de Miguel Hernández"