¡El trabajo humano! es la explosión que de vez en cuando ilumina mi abismo .
«Nada es vanidad; ¡a la ciencia, adelante!», grita el moderno Eclesiastés, es decir, Todo el mundo. Y sin embargo, los cadáveres de los vagos y maleantes caen sobre el corazón de los demás… ¡Ah! deprisa, más deprisa; allá lejos, más allá de la noche, esas recompensas futuras, eternas… ¿las dejamos escapar?…
¿Qué puedo hacer yo? Conozco el trabajo; y la ciencia es demasiado lenta. Que la oración galope y truene la luz… lo veo claramente. Es demasiado simple, y hace demasiado calor; se abstendrán de mí. Tengo mis obligaciones, estaré orgulloso de ellas dejándolas de lado, como tantos otros.
Mi vida está gastada. ¡Adelante! Finjamos, holgazaneemos, ¡oh piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando amores monstruos y fantásticos universos, maldiciendo y porfiando contra las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendigo, artista, bandido —¡sacerdote! En mi cama de hospital ha vuelto a mi el olor del incienso, tan penetrante; guardián de los aromas sagrados, confesor, mártir…
En ello reconozco mi sórdida educación infantil. ¡Y luego qué!… Ir a por los veinte años, como lo demás van por los suyos…
¡No! ¡No! ¡Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo es muy poca cosa para mi orgullo: mi traición al mundo, un suplicio excesivamente corto. En el último momento atacaría a derecha, a izquierda...
Entonces, —¡Oh!— pobre alma querida, ¡no habríamos perdido la eternidad!
Arthur Rimbaud 1873
(extraído del libro "Prosa completa" de la editorial Cátedra, pag.198)